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CÓSMICA CALAVERA #NoEsUnMundoOrdinario

Cuento

«Desconexión», por Connie Tapia Monroy

Rebobino las imágenes dentro de mis recuerdos e intento unir los cabos sueltos. He pasado días enteros pensando en todos esos momentos. Saúl esperándome en la entrada de la universidad, con las manos en los bolsillos de la chaqueta de cuero, pateando una bola de papel de cuaderno cuadriculado. Cuando estoy frente suyo, levanta la cabeza y besa los labios. Me gusta el sabor a menta de su boca combinado con el de la marihuana. Me abraza y disfruto del Hugo Boss impregnado en su cuello. Lo inhalo como una forma de marcar su aroma en esa imagen que es solo mía. Su perfume se queda en mi ropa siempre y eso me encanta, pues cuando llego a casa, su presencia se queda conmigo un tiempo más.

He pasado semanas compilando los fragmentos de las escenas, asociando y armando un rompecabezas. Miro el colchón en el suelo de la habitación, el vacío de estas paredes carcomidas por la humedad. Estoy desnuda, a veces, mirando el viejo techo, con la cabeza dando vueltas. Saúl entra y trae comida. Me hace feliz con las hamburguesas del carro de la señora Julia. Ella hace una mayonesa casera que lleva ajo y un toque de limón. Me chupo los dedos para sacarme el jugo de la carne mezclada con el tomate. Sonrío y mastico la comida. Cuando terminamos le succiono sus tetillas y muerdo el lóbulo de su oreja izquierda. Le vierto alcohol en el pecho, que se vuelve un poco salado por el contacto con la piel. Paso la lengua hasta sacar la última gota y pone una pastilla dentro de mi boca. Jugamos por horas. La habitación se agita y comenzamos a volar.

Tengo los pies fríos. Saúl tarda en venir. Intento levantar la cabeza, pero siento que se comprime y pesa. Estiro el brazo para llegar a la manilla de la puerta, pero se aleja y no logro alcanzarla. De pronto entra y se ve radiante, como si la luz del exterior lo dibujara en contornos azules, verdes y fucsias. Me toma bordeando la espalda con su brazo y mete algo a mi boca que devuelve la felicidad y comienzo a navegar por canales psicodélicos al ritmo de Pink Floyd. En destellos lo veo sobre mí, manoseando mis tetas y agitando mis caderas. Vuelvo a la montaña rusa de colores etéreos y melódicos y ahora veo a un hombre que desconozco arriba mío, baja y lame mi vagina. Yo creo que es parte de una pesadilla. Abro los ojos y Saúl está repetido tres o cuatro veces, su imagen se duplica y se turnan para meterlo dentro y acabar. Estoy segura de que me lo estoy inventando, porque eso se lo hicieron a una compañera de curso en la fiesta de cumpleaños del Saúl. Ese día entré a la pieza a buscar mi chaqueta, y ahí estaban todos maneando a Gladys. Es que ella tomó demasiado ¿por qué no se controló? Era su culpa por tomar tanto y drogarse como enferma. Era normal ver esos actos de sodomía en las fiestas cuando caían inconscientes. Les pasaba por locas.

Los veo como flashes agitarse sobre mí. Debe ser solo una pesadilla, porque quizás si debí ayudar a Gladys esa noche.

Siento una presión en mi pecho, una existencia en brumas que no me deja respirar, una fuerza maligna que me empuja hasta el precipicio. Estoy sola, Saúl no ha vuelto. Me miro al espejo y no reconozco a esa mujer de aspecto cadavérico. Lanzo una botella vacía y los fragmentos rotos se esparcen por el suelo. No los recojo, que lo haga él cuando llegue, que vea que tengo rabia.

Necesito esa píldora que me hace viajar. Necesito al menos un sorbo de vodka. ¿Crees que se apague mi cuerpo esta noche? Me gustaría que así fuera y borrar de mi cabeza esa sensación de olvido.

¿Dónde estás, Saúl? Duermo todo el día y siento que te odio, mi amor. No me importa si estuviste ayer, si estarás hoy, si no volverás mañana. No quiero recordarte. No quiero ver sobre mi esa mirada, ni sentir esa vibración de tus labios con los míos. Ha sido confuso porque todos esos ojos cambiaban y tu cuerpo no era siempre el mismo. Te detesto, mi piel se arruga y se siente como hielo.

Tengo un trozo de espejo en mi mano derecha, un trozo de espejo roto. La verdad no lo tomé para contemplarme. Quisiera usarlo para cortarme la garganta, los brazos, los muslos. Pero soy demasiado cobarde.

Despierto y rebobino. Uno los puntos entre la universidad y la habitación. Te conté que quería escapar de la mierda de familia que tengo. Que mi papá me golpeaba y mi mamá era una zorra por dejarme con él y no volver. Tú me dijiste que no me preocupara, que saliéramos, que eso nos ayudaría a olvidar.

Todos los días me veo desde diferentes algunos, con mi alma colgada y aprisionada. A veces quisiera mirar el techo con la mente vacía, sin ser toda tuya, sin sentir que eras todo mío. Te veo llegar y encontrar mi cuerpo violáceo, rasgado y olvidado en ese colchón. Desangrada. Te veo borrando ese día en que el mundo era solo nuestro. Te veo enterrando mi cuerpo bajo las baldosas y limpiando el lugar con un líquido que huele terrible. Llegas de la mano de una mujer a quien le pones una pastilla en la boca, y la besas mientras la desnudas, igual como lo hiciste conmigo. Los veo entrar a diario con mujeres pálidas, colorinas, de cabellos negros y rizados, no importa su complexión. Siguen sus hábitos como un ritual. Recuerdo desde la sombra en que habito ahora. Veo a tus amigos entrar y profanar mi cuerpo una y otra vez, incluso después de muerta.


© Connie Tapia Monroy | Relato inédito

Connie Tapia Monroy | Chile, 1980

Nació en Santiago de Chile. Es editora y narradora. Autora de los libros Agonía profana (2004), Viviendo entre Sarracenos (2008), Osario (2018), Canciones diabólicas (2021) y Nabla, riberas del tiempo (2022). Su obra ha sido incluida en antologías y revistas de Chile, Argentina, Perú, Bolivia, México y España. Es también mediadora de lectura, coordinadora de talleres de creación literaria y directora del club de lectura de ciencia ficción «Prometeo, los hijos del fuego».

Foto: Guillaume Berthier

Foto de encabezado: Tiago Bandeira

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