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«Apestados», por Ignacio Alcuri

Año de Nuestro Señor Jesucristo de 1351

3 de febrero: Tía Clotis murió después de una corta y dolorosa agonía. La velamos en casa, como es tradicional, por si acaso nos hubiéramos equivocado y ella aún estuviera con vida.

4 de febrero: Por suerte la tía no despertó, o hubiera sido difícil sacarle el olor a podrido. Estamos esperando que alguien venga a llevarse el cuerpo. La vida continúa.

7 de febrero: La vida no estaría continuando con tanta facilidad, sobre todo con Clotis apestando todo el living. De mañana casi me mato al resbalar en un charco de la porquería que comenzó a gotear.

8 de febrero: Mandamos a mamá a hacer el reclamo por el cuerpo de la tía. Normalmente hubiera ido papá, pero anda con mucha fiebre.

9 de febrero: Le dijeron a mamá que hay paro de recolectores de cadáveres. Parece que mucha gente está muriendo y el servicio no daba abasto, y se negaron a pagarles las horas extra. Así que ahora ni siquiera están yendo a trabajar. Papá dice que todo se va a solucionar cuando la gente deje de morirse.

11 de febrero: Papá murió.

14 de febrero: Ya era difícil transitar por el interior de la casa con una persona muerta en medio de la sala, imaginen con dos. Algunos vecinos empezaron a tirar sus cadáveres en la vereda, pero el tío Raúl dice que podrían multarnos.

18 de febrero: En memoria del tío Raúl, no sacamos su cuerpo a la vía pública. Eso sí, tuvimos que correr los sillones del living para el rinconcito.

2 de marzo: No pude escribir en las últimas jornadas debido a una sucesión de velatorios. Lo único bueno fue que para cada uno de ellos tuvimos que comprar menos sanguchitos, porque la familia se redujo sensiblemente. Para ser honesto, los últimos cinco los hicimos sin comida. Es que el único sobreviviente de la familia del panadero es el hijo del medio y lo suyo no es el horno.

4 de marzo: Se terminó la tinta buena y el gasto de publicar tantos avisos fúnebres hizo mella en nuestra economía, así que tuve que comprar de la económica.

5 de marzo: No pude ir a trabajar. La montaña de cuerpos cuidadosamente dispuestos se cayó hacia un costado y bloqueó la puerta principal. Mis primos Pepe y Braulio se pasaron la mayor parte de la tarde ordenando el desbarajuste.

10 de marzo: Otra vez falté al trabajo. El velatorio doble de Pepe y Braulio me llevó mucho tiempo.

13 de marzo: ¡Buenas noticias! El rey decretó la esencialidad del servicio de recolección de cadáveres. Mañana mismo volverán a las calles y otra vez se escuchará ese dulce canto: ¡¡¡TRAIGAN A SUS MUERTOS!!!

15 de marzo: Las decenas de cadáveres siguen adentro de casa. El tío Walter dijo que los va a trocear y tirar al río.

16 de marzo: Murió el tío Walter. Hizo una mala maniobra con el serrucho; se desangró.

18 de marzo: Descubrimos por qué nadie vino a llevarse los restos de nuestros seres queridos. Solamente un puñado de recolectores permanece con vida y está tardando una enormidad en vaciar las viviendas. Se dice que en una de ellas los llamaron por seis muertos y para cuando terminaron de cargar la carreta ya había nueve apilados. Entre ellos, un recolector.

19 de marzo: Llegó el correo. El dueño del periódico en el que publicamos los avisos fúnebres nos mandó una carta desde la China, una de las paradas en su viaje alrededor del mundo con todos los lujos.

22 de marzo: Escuché los gritos de los recolectores, pero para cuando me abrí paso entre mis parientes muertos ya se habían ido. Dejaron un papelito de que mañana se darán otra vuelta. Esta noche nos turnaremos con todos mis parientes vivos para dormir en la vereda: un rato mi primo Alberto, un rato mi vieja y un rato yo.

23 de marzo: Le tocó a Alberto recibirlos. Justo a tiempo, porque le quedaban apenas unos minutos de vida. Una cuadrilla empezó a retirar los cadáveres del living y luego seguirán por el resto de la casa.

24 de marzo: El living está casi vacío.

27 de marzo: Ahora sí, pasaron a las otras habitaciones. Por suerte allí están los cuerpos menos hinchados, que pasan con facilidad por la puerta. Antes de ayer sacaron a la tía Clotis y tuvieron que tirar de ella dos bueyes. Casi nos explota en la cara a todos.

28 de marzo: Los recolectores se fueron un poco malhumorados. Esperaban una propina mayor por tantos días de trabajo, y yo solamente tenía unos bizcochos del hijo del medio del panadero, que son feos como negar a Cristo.

2 de abril: La plaga mortífera dejó un vacío en nuestros corazones y ahora también en nuestro hogar. Somos solamente mamá y yo viviendo en una casa que nos queda demasiado grande. Ella cree que deberíamos aprovechar esta segunda oportunidad que nos dio la vida y hacer algo diferente.

6 de abril: Lo decidimos. Nos pusimos a criar ratas, empezando con las que aparecieron debajo de los parientes al llevárselos. Algunas están repletas de pulgas, pero dudo que un bichito tan pequeño pueda hacer daño. Bueno, lo dejo por acá porque me duele mucho todo el cuerpo.


© Ignacio Alcuri | Del libro de relatos La novia de Johnny Storm ve la vaca y llora (Sudamericana, 2017)

Ignacio Alcuri | Uruguay, 1980

Nació en la ciudad de Montevideo. Es autor, entre otros, de los libros de cuentos Sobredosis Pop (2003), Problema mío (2006), La novia de Johnny Storm ve la vaca y llora (2017) y de la novela La crisis de los 38 (2020). (2012). Su obra ha sido recopilada en antologías como El futuro no es nuestro (2009), Los supremos (2013) y Quiero la cabeza de Bram Stoker (2020).

Foto de autor: Archivo

Foto de encabezado: Peter Kvetny

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